jueves, septiembre 30, 2010

Llevo horas intentando dibujar tu memoria.
Me he sentido frustrado.
No he podido.
Quiero decírtelo aquí, entre líneas que serán el olvido.
No te recuerdo y me aterra pensar que nunca exististe.
Tengo miedo nuevamente.
Mi vida no la siento. No soy quien he sido siempre. Los fantasmas están ahí, al acecho, pero los espanto y no con mis fuerzas; están bloqueados entonces, no los he erradicado.
Quiero pensarte, quiero sentirte, aunque sea en el dolor.

Nada.
Esto es un aborto tardío. Nací y ahora me abortan. He visto luces, he corrido tras ellas, me caí, me paré, reí, lloré. Ahora estoy en la ceguera más absoluta.

¿Qué vale más? Soñar, reír, cantar. Gozo, placer, lágrimas. Si tropiezo a cada paso en que he vivido, soy feliz.. Pero tengo miedo, ya no quiero caer más.

lunes, septiembre 20, 2010

Te quiero decir, despacito, que tengo miedo. Pero silencio, que no lo sepan los demás.
¿Me oyes? Estás tan lejos. Las estrellas te mirarán para traerme tu reflejo. Estoy en ellas. Sí, hace meses que habito entre su polvo estelar, por eso me veo radiante.
¿Me ves? Estás tan lejos. Que la brisa te lleve mi silueta, eso es lo que más deseo.
Yo no te oigo y tampoco te veo. Lo siento. Él prometió quererte. Yo sé que te quiere. Pero ahora lo hemos callado.

Fantasmas habitan en mí.
La nada, el espacio del vacío, eso es lo que mi mente puede escribir en este instante infecundo.
Veo que le han cortado el alma en fragmentos, en pequeños elementos que no son su verdad. ¡Nos lo han robado! Pobre, qué vacío se ha de sentir. Olvídalo, ni siquiera se ha dado cuenta.
Veo que no puede ver, porque no puede tocar. Pobre, si tan solo pudiera respirar, gritar o intentar pasar por el pantano de las emociones. Pero se las han llevado. Ente, conjunto vacío que opera, ahora sí, como siempre fue necesario.
Esquizoide realidad consume las emociones cortadas, sedadas, trasplantadas hacia la nada.
El cerebro le funciona. Qué importa entonces.
Ladrones de los sentimientos, se los están robando de otros lados para devolverle las que perdió.
Quiero decirte que te quiero, quiero decirte que estoy aquí. Pero no es así, porque en realidad no soy yo.
Te están bloqueando todo aquello que no te sirve, aquello por lo que no has podido avanzar. Sé feliz, este estado es pasajero, no creas ni te engañes, no podrás huir.
Apaga las brasas que mantienes, esos castillos en el aire que no te conducen a nada. Mentira, todo es mentira, pura ficción.

Basta
ya
deja
de
querer
soñar.

Que si le importa lo que dices, pero ya no le pude afectar. Qué alegría.

Sí-que-a-l-e-g-r-í-a.

Ya no pude abrazar, los brazos están cansados. Duermen ahora, para siempre.
Suspira, pobre niño, suspira y deja de gemir. Procura que tu vida tome rumbo cierto.

Duérmete, cielito, duérmete, es solo un sueño. Mañana abrirás los ojos y todo se habrá ido.

sábado, julio 17, 2010

Según Jorge Manrique “todo tiempo pasado fue mejor.” La verdad, estas palabras resuenan en mi mente en este momento en que procuro examinar luego de un corto pero intenso camino. La verdad, el trazo de tiempo que me invito a examinar en este momento no se registra como un ejercicio del pasado lejano. Muy por el contrario, me quiero referir a una opción tomada hace poco más de cinco meses.
Hoy esta idea se asoma en mi mente desde la sensación del absurdo, de las emociones encontradas, del vacío existencial que produce en mí la distancia inclemente.

jueves, julio 15, 2010

Ahora solo eres una imagen de papel, papel de vidrio.
Atrás ha quedado el tiempo de la vida, del sentir y poder palpar la realidad; aquella que me alimentaba el alma.
Ahora, el tiempo ha cubierto las montañas de la nieve sepia del pasado, y con ello ha tomado mi locura; aquella que me hizo correr sin límites.
Ahora, cuando tengo el grito pegado en el alma, se ahoga solo entre recuerdos que me asfixian; aquellos que fueron antes el presente y ahora el pasado inmediato.

El tiempo es un instante. Para vos, un tiempo perpetuo que se revitaliza en cada momento que lo sucede, como reciclaje de memorias olvidadas y que solo tienen vida de cartón. Vida que queremos –o yo quiero, ¿quieres?- sea verdadera, y que inmortalizamos en instantáneas fugaces como los días que se nos fueron.

El tiempo es un instante. Para mí, minuto efímero que se quema como aquella colilla humeante y nauseabunda de la mañana final. Fugaz secuencia de la vida que se apaga con las horas de silencio y lágrimas escondidas entre sonrisas. Sonrisas que queremos fijar eternamente, como recuerdos potenciados entre regalos, abrazos y promesas.

Ajeno caminante, que viniste desde el sol, con tu brisa de prófugo del destino inexorable que hoy nos ha enrostrado su condición infalible.

Maldito destino, implacable esa realidad, esa “inevitabilidad”, como solías decir para explicar las razones de una verdad que se supo así desde el primer instante en las calles de cemento iluminado por el sol.

Vos sos, quién sos ; vos ¿sos algo?
Sos un sol esta tarde, pero en su ocaso, justo en su arrebol invernal; sol de ocho minutos tardíos que miramos, al que llegamos en esa frecuencia desfasada de la velocidad de la luz.
Sos… El humo de la hierba que se quema bajo las estrellas; luceros, joyero de mil astros que habitan a quince mil años de mis ocho minutos, de los ocho minutos de un 16 de enero.


Todo eso sos, y todo eso me quitás.

miércoles, febrero 17, 2010


Quiero sentirte en el invierno de Santiago. Me gusta dibujar en imágenes nuestro futuro. Vernos, felices, caminar por el Forestal, abrigados, con bufanda y con ganas de tomar chocolate. Me hace tan feliz verte pisar las hojas secas que cubren nuestro parque; nuestra mejor guarida, nuestro querido antejardín. Me gusta sentir tu mano fría y cómo entibia mis manos moradas que el frío ha despojado de su tersura. Me encanta sentir el vapor que sale de tu boca cuando se cruza con mi oreja; me eriza la piel.
Y así vamos, apretaditos de tanta ropa, húmedos por la bruma santiaguina, céntrica, que se adhiere a los cementos añosos que guardan nuestros pasos. Es así como me gusta imaginarte. Con tu rostro pálido, de labios endurecidos por el frío, desesperados por buscar la miel de mis besos, la humedad tibia de mi boca que se roza con la tuya y la hace entrar en calor.
Qué placentero es sentir tu cabello mojado por esta niebla que nos envuelve. Me encanta cobijarte... más, que me abraces y me abrigues. Pero la ciudad nos guarnece de las inclemencias. Somos sus dueños, ahora nos pertenece. Hace meses que la hemos tomado y sitiado. Ahora somos en ella, ella es nosotros; la hemos domeñado y ya no nos amenaza como cuando eramos dos presas temerosas, que huían de la jauría.
Ahora, como dos cardenales, nuestros ropajes rojos se contrastan con el Santiago umbrío, con los cementos enmohecidos por los años. Somos la alegría de la ciudad. Hemos transportado nuestra dicha hacia el callado reducto citadino que, como nuestro antes, estaba dolido por los golpes de la vida
.

domingo, febrero 14, 2010

Me han dado ganas de escribirte. Escribirte en mi recuerdo, el más fugaz; el de tu aroma, el de tu voz.
Tengo ganas, también, de retratarte. Retratarte en mis suspiros, los más profundos; los por tu pelo y por tus labios.
Quiero por siempre esa paz, la que viene con tu silueta, adherida a tus pasos, a tu voz serena de arrullo, de canto.
Deseo aquietarme junto a tus brazos, bastiones para mí.
Espero cubrirte con mis caricias, recompensas para ti.
Y solo te espero, te quiero, te ansío: eres la adicción perpetua, la más escurridiza, aquella que fue esquiva, pero que resucitaste y transformaste en verdad.

miércoles, enero 20, 2010

Hoy es el día mil del tiempo del infinito. Las horas han transcurrido en grupos pares, tríos y cuartetos del terror que me ignoran. Y entonces me ahogo. Me ahogo en esta prisión del tiempo incesante, que no ha parado de punzarme desde hace ya su infinito. Y su infinito se proyecta. Es, sin duda, mi única noción de futuro; un futuro que es muy cierto de tan adverso que lo veo.

Hoy ya no tengo ganas de nada, hoy siento que las horas del infinito me han cogido para siempre y me han vuelto a envolver en sus lanas calurosas de cambio de temporada. Mil días, mil más que me quedan. ¿Es acaso esto el infinito? ¿Esto es la promesa edénica perdida? Vivir en el ahogo constante, sin sentir el aire, porque se vuelve cada momento más tórrido, más uno de los mil verdugos del tiempo del infinito; entre olas de ignorancia, de incertidumbre que manan de la certeza absoluta de que no me siento brillar, de que he sido devorado por lo que tanto temí, lo que tanto idealicé, lo que tanto esperé.

Lo peor, en este espacio intempestivo no se llora, porque las lágrimas son efímeras; pasajeras señales del alma que rehúye su condena, tratando de expiar, de saciar la sed que produce este calor infernal. Entonces, así nada queda para escapar. Se nos obliga a vivir sumidos en esta transición nebulosa, este limbo deprimente que nadie conocía. Se me obliga, porque me atrapan, porque he sido uno más de los juguetes tenebrosos que la vida puso en jaque, para darle sentido a los sin sentidos.

Perdí. Ya no tengo ni siquiera la posibilidad de una reflexión ontológica de mí, porque no soy un mí, un yo, ni un soy. Soy el no ser que lucha a ser, ese absurdo silogismo que nunca entendí y que ahora cobra el sentido pleno, la realidad más absoluta, el vestigio plausible de que soy un no ser, porque toda vez que soy me doy cuenta de que no soy... o no he sido. La ontología barata me agobia, me hace sentir que no he sido.

Pero lógico. No he sido, solo me he dejado convertir en un reemplazo provisorio de las insatisfacciones del mundo; de mi mismo mundo. He sido lo que no he querido ser. He amado al que no quería amar. Soy peor que Fedra, cometo crimen más dramático, porque ni siquiera trato de perderme en el destino truculento de mis artimañas. Tampoco he logrado cobijarme entre los bosques y los ciervos, porque no los hay, porque no existen. Y el veneno, no lo tomo; la pócima, no la bebo. No tengo nada, ni una cicuta, ni unos justicieros, mucho menos unos verdugos eficaces, porque he sido mi propio jurado.

Gritos, gritos incesantes salpican en mi mente, los oigo un día y los mil que me quedan. No se callan, porque me odian, porque anhelan enrostrarme que no tengo ni siquiera tu número rojo que me despierte, que me anime, que me haga pensar que todo tiene un sentido. Sí, sería más fácil si tú, a lo lejos, allá, vieras que estoy acá. Pero no me ves, porque te dejo ciego de tanta polvareda que se ha levantado de mi cuerpo cansado. Porque he aniquilado incluso esa media hora de satisfacción que nos brindamos.

Ayúdame a callar esos silbidos, esos abucheos que mi cerebro programa. Esa connotación esquizofrénica que ha sido una característica oculta, un temor bien fundado. Fragmentario ha sido mi amor, pero entero te lo quiero entregar. Pedazos de relojes desconocidos que emulan un tiempo lisonjero, pero que en realidad ha sido solo pus negro, bilis y humores incurables. Pútrida vida que se ríe otra vez en mi cara.

Qué ridículo es todo esto, qué insensato en creer que te puedo coger de la mano para que me saques de esta arena movediza que me ha atrapado. O peor aún, qué patética vida esta que, en el momento en que nos pudo reunir, salió con sus picardías criminales y me liquidó hasta siempre.