jueves, octubre 12, 2006


A cada palabra un ensueño me venía a la mente, cada lindo recuerdo que teñía de amor, disfrazándolo, como ante solía hacer. A veces como es que uno tiende a soñar, a recordar, a tratar de entretejer las fantasías magníficas que desearía que fueran la realidad patente que a uno se le mete en la sangre; esa misma que va quemando para darte vida de fantasía, puras fantasías, puras ideas locas que no eran más que los recuerdos lindos. Sí, como me gustaba soñar a eso, a jugar, a luchar, a idealizar, a sentir que te podía defender y darte la vida en cambio de tu partida sangrienta; tal como sé la hubieras entregado... así, como tantas veces te imité y quise ser luchador convincente. Mira y miro, así como miraba desde mi niñez tan lejana ya, cuando formaba este modo de amar arrullado por las manos y palabras y guiños y miradas que me daban despacito, como entre cada caricia que tal vez te faltó; y que egoísta me negué a rellenar en tu almita dolida y llorona, llorona con ese llanto que nadie supo complacer. Y ahora, cómo te veo llorar en la lejanía y ni siquiera ahora, aunque quisiera, podría consolarte, podría curar a caricias fraternales esas heriditas que se cosieron a punta de dolor, de resentimiento, y que secaste con saliva de angustia. Mirar, así, como nunca antes miraste; mira, mira la caricia, la preocupación angustiosa de su dolor, como trata de consolarlo. Así, así mismo cuánto lo deseaste, pobre, si qué culpa tenías, que culpa tienes... ninguna, pregúntatelo, tal vez seamos todos los culpable, quizá, quizá no sea sino que la vida es engaño. Y te perdono, porque si pudiera una sola cosa hacer sería no asirme a ti como buscando recuperar aquella mirada perdida que tuve y ciego, nunca perdí.