sábado, marzo 11, 2006


y si no me cansaba de mirarte así, fulgurante, entre cada movimiento que hacías y que para mí era un destello de luminosidad, de hermosura, de sentimiento tan profundo que no lo alcanzaba a comprender, y que me ahogaba. ¡Ah!, sí, porque así lo sentía todo el tiempo, cada instante en que te sentia a mi lado respirando fuerte como no sé porqué hacías, o es que yo te sentía así, fuerte; como lo que me faltaba a mí. Es que siempre te glorifioqué y no por las ganas de tenerte así para siempre en esa emoción perdida, sino porque así te sabía más en mi interior, más porque así yo me sabía dando eso que tanto acumulaba en mi cuerpo. Y así, de pronto, sin medirlo y sin temor terminé posándome de apoquito, una vez, dos veces, hasta tres y cuatro ya así de forma segura y sin miedo, mis labios así, encima tuyo... ¡y cómo fue eso! sentir tu olor profundo que ahora se hacía más mío, que ahora se terminaba de grabar en mi para siempre, para nunca más abandonarme. Ese mismo olor profundo y pesado, muy denso que me daba susto cuando noté que lo reconocía; y luché contra eso, porque no quise seguir registrando esa resina que me dabas y que ya era parte de mi vida... ahora, ¡uf! ahora ese aroma perfecto de perdición está en mí y te pido perdón por ello, por robártelo, por abusar de tu inocencia de personita crédula, por hacerlo mío sin pedirte permiso. Ese solo olor, ese mismo que me trastornaba de manera misteriosa cuando estaba a mi lado su fragancia, ese mismo olor que me causaba temblores absurdos en mi estómago, que me daban más temor porque sabía a que me estaba encaminando, supe reconocer el lugar donde me llevaba. Y ahora, ahora que es mío ese aroma y que mis labios lo sellaron y lo recuerdo con tanta alegría, porque sé que nunca se te besó con tanto amor, nunca tomaron tu olor sin quererlo con tanto deseo. Ay, ese aroma, que rico tu aroma en mi nariz, como entró, como me amarró y me estremeció hasta la última parte de mi cuerpo. Y no te pierdo, porque te siento en mí cada día, y porque ahora respiramos el mismo olor.

sábado, marzo 04, 2006


Estaba por todos lados esa sensción de bruma marina que me desconcertaba. Te sabía ahí, a mi lado, como siempre, como tantas veces estuviste cuando las cosas se me venían encima como esa avalancha desconocida e inexplicable que nos había inundado por un momento que nunca pensamos pudiera existir. Era tarde ya cuando nos dimos cuenta; más cuando quisimos reparar en lo que habíamos producido. Tantas veces que nos dijeron que eso no, que esas cosas estaban vedadas, casi reservadas para las almas impías que eseñaba el hermano consagrado que nos hacía la catequesis de la primera comunión. No importaba ahora, y qué más puedo hacer, si ya se consumó esa catástrofe que desarticularía la estabilidad del señorío del que nos enseñaron a ser parte. Pero ése no se había equivocado, estabas medio podrido a su ojos como siempre lo repitió, como tantas veces trató de luchar contra esa vehemencia con que defendías eso que lo asuataba. Sabías que te tiene y siempre te tuvo miedo, sí lo sabías, y te gustaba hacerle sentir que le destruías sus enseñanzas vetotestamentarias que le costaba ahora imponer. Ahora se alejaba de a poco esa bruma semi densa que nos había empapado hacía rato ya en el interior, pero que no era sino hasta ahora, en este punto en que ya te habías remediado de los pesares, que nos dejó mojados hasta el tuétano. Pero si no quiero, lo sabes, no recuerdas que te lo dije entre los susurros desconcertantes de ese momento. Lo recuerdo. Pero lo recuerdas así medio entre temblores como antes, cuando te sabías en el despojo de tu aire imperturbable de persona valentona, porque siempre jugaste a serlo verdad, y te sonrojas de la vergüenza, así como cuando sabes que te descubro en tu realidad de capullo... bueno sabes que ya está hecho, y qué más puedo hacer, parar por ahora de decírmelo, te parece, no, no me parece adecuado, pero lo sabes... y lo sabemos ahora y hasta cuano se acabe la lluvia.