Siempre me he dedicado a pensar en cómo sería sentirme más libre de mis pensamientos, y por minutos lo he logrado. Pero en el calor de un enero fúnebre, como este que me toco ahora, se vinieron a posar en mí tantos recuerdos. Y es que sí, debo ser honesto, esta fecha, este mes en que se acumulan a ratos tantas cosas importantes en mi vida – mi cumpleaños, por mencionar alguna – es en particular un período en que necesito sentirme vivo, o ver que renuevo mi ser en algún aspecto… diría que es el momento del año en que más necesito sentirme acompañado, o, para ser más sincero, es el momento del año en que deseo poder encontrar más referentes en el mundo que me rodea. En fin… ahora el calor me está agobiando, y no puedo concentrarme en tratar de ordenar mis ideas. Pienso que, quizás, no sea el momento de estar escribiendo, más que escribiendo, aguardando mi terror… pero, y si no, ¿cómo me voy a desahogar?, es esta una de las formas en que, según yo, por desordenado que parezca, por inútil que se pretenda para algunos, mejor me acomoda, porque en estas letras ambiguas puedo disfrazar cada emoción sin miedo a que las develen… a mí me gusta estar así, inmerso en esta incertidumbre que a algunos los desespera hasta el punto de salir corriendo a esconderse… yo no, me gusta estar ahí, tratando de dilucidar como puedo retener junto a mí mis decisiones… hace un mes me di cuenta de que soy un dictador de sentimientos, que abuso del poder del amor y ahora pago las consecuencias, en este juicio absurdo. Así, en el escrutinio de cada monigote que se ha sentido con el derecho de medir, de tratar de tabular lo que yo hago o hasta cuánto puedo sentir. Pero ahora, después de aquel evento que a mí me pareció maravilloso y que a mi contrincante le surgió como una casualidad del destino, -destino programado no por mí, pero si condicionado en cuanto pude manipular mi tiempo- será diferente… pues así pasó y así te vi, sangrante de dolor, pero un dolor que a mí no me calmaba… y cómo pueden creer todos que yo soy bueno, si veo a cada instante que sólo me dedico a tratar de torturar a quienes pretendo amar. Así lo veo yo ahora, desde aquel misterioso instante en que fui tan feliz, pero que se diluyó por mi propia culpa… y sí, perdí, aunque no me gusta asumir esa condición, no por un ansia medio milica, sino porque no soporto ni soy capaz de tolerar en mi corazón la pérdida… pero esa pérdida que ocasiono yo, acaso podrás enfrentarla mejor que yo cuando te vuelques en el silencio de mi ausencia… porque yo ya lo asumí como una realidad que estoy ahuyentando, pero tú, ¿sabes vivir sin mi adulación constante?… no hay que preocuparse, verdad, sabes que yo no dejaré que me pierdas… sabes, y en tu autosuficiencia dependiente posees el control de la situación… pero sólo hasta que decida partir.
Hay tanto que quisiera poder decirte, pero no sé como hacerlo. En realudad, tengo miedo de hacerlo por la inseguridad de que te marches para siempre de aquí... de mi lado, donde me abrigas con tu sencillez y tu furor vehemente cada vez que piensas, cuando hablas… ese modo con que haces que me pierda en tus palabras, que vuelan por el aire y me traen tu seguridad y el olor de tu vida que llena mi alma hasta ahogarme de tu alegría y me da vida... vida de amor incomprendido, tantas veces... y qué más entonces, solo decirte que ya nunca más tendré eso que me diste cuando me mostraste tantas cosas que la vida me había cegado. Y a dónde vas ahora que ya te marchas con presura para nunca más estar junto a mí. Me queda tu sabiduría linda y llena de emoción cuando les dijiste lo que querías. ¿A Dios? Adiós... ya no hay más tiempo...ya nos toca separarnos por una eternidad que me parece eso, lo perpetuo.
Y cómo vamos a caminar en el pantano si mañana florece el amanecer, ese mismo que se perdió hace ya tantos siglos de lágrimas que calaron hondo en las cicatrices de tu rostro y del mío, porque no te dejabas mostrar… ahora el sol y la luna son diáfanas igual que tu rostro hambriento por el calor de mi noche. Pero ¿cómo tanta certeza… cómo alguien puede tener esa seguridad en su querer? ¿Me enseñas? Así como tantas veces en el silencio del reproche, cuando divagando me atrevía a seguir tu pensar siniestro, que sólo me contrajo nupcias de dolor. Pero ahora que anhelo tu respiración que nunca tuve, en definitiva, me siento más capaz de dormir.