Quiero sentirte en el invierno de Santiago. Me gusta dibujar en imágenes nuestro futuro. Vernos, felices, caminar por el Forestal, abrigados, con bufanda y con ganas de tomar chocolate. Me hace tan feliz verte pisar las hojas secas que cubren nuestro parque; nuestra mejor guarida, nuestro querido antejardín. Me gusta sentir tu mano fría y cómo entibia mis manos moradas que el frío ha despojado de su tersura. Me encanta sentir el vapor que sale de tu boca cuando se cruza con mi oreja; me eriza la piel.
Y así vamos, apretaditos de tanta ropa, húmedos por la bruma santiaguina, céntrica, que se adhiere a los cementos añosos que guardan nuestros pasos. Es así como me gusta imaginarte. Con tu rostro pálido, de labios endurecidos por el frío, desesperados por buscar la miel de mis besos, la humedad tibia de mi boca que se roza con la tuya y la hace entrar en calor.
Qué placentero es sentir tu cabello mojado por esta niebla que nos envuelve. Me encanta cobijarte... más, que me abraces y me abrigues. Pero la ciudad nos guarnece de las inclemencias. Somos sus dueños, ahora nos pertenece. Hace meses que la hemos tomado y sitiado. Ahora somos en ella, ella es nosotros; la hemos domeñado y ya no nos amenaza como cuando eramos dos presas temerosas, que huían de la jauría.
Ahora, como dos cardenales, nuestros ropajes rojos se contrastan con el Santiago umbrío, con los cementos enmohecidos por los años. Somos la alegría de la ciudad. Hemos transportado nuestra dicha hacia el callado reducto citadino que, como nuestro antes, estaba dolido por los golpes de la vida.
Y así vamos, apretaditos de tanta ropa, húmedos por la bruma santiaguina, céntrica, que se adhiere a los cementos añosos que guardan nuestros pasos. Es así como me gusta imaginarte. Con tu rostro pálido, de labios endurecidos por el frío, desesperados por buscar la miel de mis besos, la humedad tibia de mi boca que se roza con la tuya y la hace entrar en calor.
Qué placentero es sentir tu cabello mojado por esta niebla que nos envuelve. Me encanta cobijarte... más, que me abraces y me abrigues. Pero la ciudad nos guarnece de las inclemencias. Somos sus dueños, ahora nos pertenece. Hace meses que la hemos tomado y sitiado. Ahora somos en ella, ella es nosotros; la hemos domeñado y ya no nos amenaza como cuando eramos dos presas temerosas, que huían de la jauría.
Ahora, como dos cardenales, nuestros ropajes rojos se contrastan con el Santiago umbrío, con los cementos enmohecidos por los años. Somos la alegría de la ciudad. Hemos transportado nuestra dicha hacia el callado reducto citadino que, como nuestro antes, estaba dolido por los golpes de la vida.
1 comentario:
Que lindo... ya los imagino...sé que es real todo lo que sientes y la angustia por no tener lo ántes estaba tan cerca...
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