Estaba por todos lados esa sensción de bruma marina que me desconcertaba. Te sabía ahí, a mi lado, como siempre, como tantas veces estuviste cuando las cosas se me venían encima como esa avalancha desconocida e inexplicable que nos había inundado por un momento que nunca pensamos pudiera existir. Era tarde ya cuando nos dimos cuenta; más cuando quisimos reparar en lo que habíamos producido. Tantas veces que nos dijeron que eso no, que esas cosas estaban vedadas, casi reservadas para las almas impías que eseñaba el hermano consagrado que nos hacía la catequesis de la primera comunión. No importaba ahora, y qué más puedo hacer, si ya se consumó esa catástrofe que desarticularía la estabilidad del señorío del que nos enseñaron a ser parte. Pero ése no se había equivocado, estabas medio podrido a su ojos como siempre lo repitió, como tantas veces trató de luchar contra esa vehemencia con que defendías eso que lo asuataba. Sabías que te tiene y siempre te tuvo miedo, sí lo sabías, y te gustaba hacerle sentir que le destruías sus enseñanzas vetotestamentarias que le costaba ahora imponer. Ahora se alejaba de a poco esa bruma semi densa que nos había empapado hacía rato ya en el interior, pero que no era sino hasta ahora, en este punto en que ya te habías remediado de los pesares, que nos dejó mojados hasta el tuétano. Pero si no quiero, lo sabes, no recuerdas que te lo dije entre los susurros desconcertantes de ese momento. Lo recuerdo. Pero lo recuerdas así medio entre temblores como antes, cuando te sabías en el despojo de tu aire imperturbable de persona valentona, porque siempre jugaste a serlo verdad, y te sonrojas de la vergüenza, así como cuando sabes que te descubro en tu realidad de capullo... bueno sabes que ya está hecho, y qué más puedo hacer, parar por ahora de decírmelo, te parece, no, no me parece adecuado, pero lo sabes... y lo sabemos ahora y hasta cuano se acabe la lluvia.